sábado, 24 de mayo de 2008

Con el jazz en las venas





Johann Espinoza es un músico merideño, reconocido ampliamente por ponerle un sello personal al jazz. Con su grupo “ Bajo Sospecha” demostró que ese género musical tiene quien lo defienda a capa y espada.


Por Nilsa Gulfo

Fotos: Armando Sánchez

Desde los diez años Johann Espinoza ha demostrado que su pasión musical le viene en los genes. No era fácil desvincularse del género cuando su madre Fanny Teresa Moreno y su padre Jorge Luis Espinoza demostraban constantemente sus dotes de cantantes y músicos autodidactas.

Todavía recuerda su primera incursión en el mundo musical. Tenía doce años y un festival en su escuela le dio la oportunidad de demostrar su fortaleza en el manejo de la guitarra. Nunca vio la cara de asombro de los asistentes cuando magistralmente tocó el instrumento, pero si oyó una ovación que lo aturdió. En ese momento se convenció que su destino iba a estar íntimamente ligado con la música. Por ello empezó a participar en cuanto festival se anunciaba.

Invasión musical

Los fines de semanas, fiestas de cumpleaños y toda reunión social en la casa de los Espinoza Moreno tenían una particularidad. La música para alegrar el ambiente la colocaba la familia completa. Fanny y Jorge Luis le daban rienda suelta a su amor por la música venezolana cantando y tocando cuatro. Mientras tanto sus cinco hijos le seguían el ritmo con varios instrumentos.

Entre ellos estaba Johann, el mayor de todos y quien había desarrollado una especial atracción por los instrumento de cuerdas. Esta atracción lo llevó a que como autodidacta aprendiera a ejecutar 15 instrumentos entre los que se cuenta la guitarra, el cuatro venezolano, bajo, mandolina, el cuatro puertorriqueño, la vihuela mexicana, entre otros.

Ya a los 19 años este merideño había pisado unos cuantos escenarios como ejecutor de la guitarra y de otros instrumentos de cuerda. Había salido victorioso de los concursos y festivales en los que participaba. Pero sobre todo le había agarrado el gusto a una tendencia que ha sido su carta de presentación a lo largo de sus 25 años de carrera como músico: el Jazz. Ha sido con este género musical con el que ha cautivado a los conocedores de la música. Confesó que a pesar de la cantidad de propuestas, nunca quiso salir de Mérida a hacer carrera en otros lados.

Con el oído por delante

Johann Espinoza no piso aulas de clases para aprender a tocar la guitarra, tampoco lo hizo para hacer magia con el bajo. Apenas a los 19 años se interesó por tomar en serio la música como profesión y para eso debió deshojar la margarita y escoger entre ser músico o profesor de historia el arte.

Por supuesto la primera opción la tuvo la música. Sin embargo no estaba preparado para la respuesta que le dieron en la Escuela de Música de la ULA. “A los 19 años estaba muy viejo para estudiar música”. Con esta amarga sensación le hizo caso a su amigo Pablo Gil, quien le había hablado de una academia que se había fundado en Caracas y cuya idea nació de un grupo de músicos formados en Estados Unidos. La opción le gustó, sobre todo porque el aprendizaje musical iba más allá de lo clásico y se trabajaba con una tendencia musical moderna. Allí estuvo un par de años. A la par se presentaba en sitios nocturno, donde siguió cultivando su arte, pero también aprendió a sobrevivir económicamente en la capital.

Decidió, sin completar los estudios, regresar a Mérida en 1989 y fundó el grupo que lo ha acompañado hasta ahora: “Bajo Sospecha”. El regreso sirvió también para cumplir su sueño de ser profesor de historia del arte al graduarse en la Universidad de Los Andes.

Con su grupo ha pisado varios escenarios y empezó a abrir un espacio para los amantes del jazz en Mérida. La introducción de varios instrumentos de cuerda en el repertorio, marcó el rumbo de este grupo. Ya sus presentaciones eran las más comentadas y sus fans fueron apareciendo como por arte de magia. Sus apariciones en sitios nocturnos de Mérida convirtieron a este grupo en una buena referencia para quienes querían oír un jazz con un toque personal. Era Johann Espinoza quien con su magistral manejo de la guitarra, cuatro, mandolina y bajo hacía que las noches bohemias se estremecieran. En sus repertorios podían incluir hasta 15 instrumentos de cuerda, que eran todos amansados por las manos de este merideño, mientras el saxofonista Pablo Gil y Jorge Luis Espinoza como percusionista y pianista hacían lo propio.

No era fácil abrirse paso frente a un estilo-según Espinoza- que muchos consideran descontextualizado y nada comercial. “yo lo que intento es mezclar instrumentos y hacer una fusión sin discriminar ningún instrumento en el jazz”.

Asegura tener un secreto para que el público quedara cautivado. “Cada vez que tocaba, pensaba que iba a dar un concierto, así fuera la tagüara más humilde. Cuando se quiere salir del montón se debe hacer un trabajo impecable”

Hace cinco años, luego de 25 de conciertos y reconocimiento, el grupo decidió retirarse de los escenarios para plantearse nuevos planes. Estas metas estaban enfocadas a grabar esas canciones que estuvieron cultivando a lo largo de sus presentaciones. Ya llevan tres excelentes producciones y una cuarta en puertas. Al mismo tiempo Yohann Espinoza, se convirtió en profesor y dicta clases de música en su casa.

Cada cosa en su lugar

Para apreciar el talento de este músico hay que verlo y escucharlo. Durante la entrevista exhibía sus dotes de guitarrista y hasta ejecutó tres instrumentos de cuerdas que ha diseñado el mismo. Uno que se llama Guitarpola, que es una mezcla de guitarra con arpa y del cual sale un exquisito sonido. Otro instrumento que salió de su creación es la Bandola Llanera de seis cuerdas, que igualmente utiliza en sus composiciones musicales. Pero un instrumento que para el fue un reto es la “ Sitarpa”, que es un híbrido de un instrumento hindú llamado Sitar al cual se le ha anexado las cuerdas de un arpa. Por supuesto el sonido que emana es extraordinario. Todos estos instrumentos forman parte de la inspiración de Espinoza y sólo el que lo escucha o lo ha escuchado sabe que un toque personal siempre ha rondado su tendencia musical.

Recuadro 1

Con nombres propios

Tres producciones forman parte del intelecto musical del grupo. Cada uno con su explicación propia. El primer disco llamado “Debe estar Nevando” se refiere a esa expresión muy merideña que se remite a los días fríos y nublados en donde el sol no aparece en todo el día. Una segunda producción llamada “Senderos” está más relacionada con una búsqueda musical donde se ensambla en el jazz, la música venezolana y latinoamericana. La tercera propuesta llamada “La Danza del Gallo Patuleco” se hizo como un homenaje a un gallo que se tenía en la casa y que por un accidente quedó cojo. La particularidad del asunto es que este animal después del contratiempo no cantó más. Sólo los saraos familiares domingueros lo hicieron volver a sus fueros. Asegura Johann que el gallo cantaba y bailaba cuando la familia se reunía a cantar y tocar. La cuarta producción ya esta en camino y tiene nombre: “Los Dones de la Montaña”.

Espinoza se refiere a estas creaciones musicales como un gran esfuerzo en conjunto. Esfuerzo que asegura no han dejado a pesar de ya no estar en los escenarios.

Hoy mira con simpatía esos nuevos talentos que están saliendo a la calle y que muchos de ellos han pasado por sus clases. Por los momentos tiene más de 20 alumnos que asisten a sus clases tres veces a la semana. Muchos de ello con la esperanza de aprender el arte de la música y entrar en ese mundo.

Karim Habib-El Fakaa es uno de ellos. Llegó allí por referencia y por la fama de Johann. El joven de 17 años quiere tocar la guitarra, aún cuando ya tiene un pequeño camino recorrido como autodidacta. Por ahora disfruta sus clases y tiene como meta estudiar administración en la ULA y después sí, estudiar música. “debo trabajar primero para poder pagar la carrera de música porque es muy cara”, expresó.

Escenario a cielo abierto







Desde hace unos cuatro años, por alguna razón, los cineastas han montado carpa en Mérida. Muchos proyectos cinematográficos importantes han aterrizado en esta zona. Edmundo Aray y Muricio Siso justifican esa atracción

Por: Nilsa Gulfo

Fotos: Armando Sánchez

Edmundo Aray y Mauricio Siso son altamente conocidos en el mundo cinematográfico. Aray es escritor y cineasta, Siso ha trabajado durante años en la dirección de fotografía. Ambos nacieron lejos de Mérida, pero por distintas circunstancias se encontraron acá.

Hasta hoy han compartido escenarios juntos cuando de producciones se trata. De hecho han coincidido en diferentes proyectos, pues ambos son parte de la escuela de Medios Audiovisuales y fueron piezas fundamentales en el extinto Departamento de Cine de la Universidad de Los Andes.

A estas alturas ambos reflexionan sobre ese encanto que tiene Mérida para venderse como sitio ideal para producir cine. Para Aray no es casual, pues el encanto nació a final la década de los setenta 70, cuando se acordó realizar en la ciudad el Festival Nacional para conmemorar los diez años de creado el departamento de cine. Se tomó la decisión de escoger la ciudad como sede permanente de este festival, haciendo dupla con el Manuel Trujillo que se realizaría en Maracaibo.

Esos encuentros, entre expertos del cine con la ciudad, tuvieron sus resultados. Recuerda Aray que más de un cineasta se empezó a plantear producciones no sólo para el cine, sino para la televisión.

Mauricio Siso por su parte resalta aún más la responsabilidad de Departamento de Cine de la ULA en esto de las predilecciones por Mérida. Explica que esta dependencia tiene la particularidad de haber sido el pilar fundamental del desarrollo cinematográfico del país durante la década de los 80. Esta justificación viene daba porque en ese entonces se contaba con equipos, personal y costos que competían, en ventajas, con los del resto del país. Lógicamente esto permitía que muchas de esas producciones se hicieran en el estado. Aún cuando el departamento desapareció, para darle vida a un centro cinematográfico, dejó un legado de más de 150 producciones.

Con el coqueteo por delante

La experiencia de Edmundo Aray es extensa en eso del cine. El destino lo ha colocado en cargo donde ha demostrado su capacidad para moverse en el área. No más con recordar cargos como la dirección general de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba, miembro fundador de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, director del Departamento de Cine de la ULA y además fundador del Comité de Cineastas de América Latina, entre otros cargos, amén de la cantidad de premios por su labor como cineasta y escritor.

No obstante está en Mérida, la ciudad que según él, tiene la mejor luz para filmar. Afirma que esa transparencia que se crea con la luz, no se ve en ningún otro lugar.

Para Aray Mérida, el estado ha sido privilegiado por la naturaleza. Asegura que si se hace un recorrido se puede tener todas las estaciones a la mano, sólo hay que escoger y actuar.

Desde que llegó a Mérida Aray ha visto como cantidades de directores han quedado rendidos a los pies de un estado tan privilegiado por la naturaleza. Películas como “Diles que no me Maten” de Fredy Siso, “Oriana” de Fina Torres, Detrás de la Noticia de Carlos Azpúrua, Cuando deje de Llover de Haydee Pino y Florentino y el Diablo, entre otras reconocidas producciones, han recogido directa e indirectamente el paisaje merideño. Más reciente se han visto producciones de las nuevas generaciones de cineastas como Alberto Arvelo quien con sus películas como “Una Casa con Vista al Mar, Una Vida y Dos Mandados, además de la serie de televisión “Los Últimos” le ha dado un valor agregado a la diversidad geográfica. La Ciudad de los Escribanos, del director José Velasco ha sido otro de los largometrajes que tuvieron como protagonista a la ciudad de Mérida, específicamente a la Universidad de Los Andes.

Pero no sólo han sido películas, con larga trayectoria e importancia en el país las que se han rodado en Mérida, también las historias rosas expresadas en la telenovela nacional han surgido de la ciudad o de sitios como el Páramo. A menudo se ven equipos de televisión montando sus carpas en lugares como la Plaza Bolívar de Mérida o en pleno Páramo, tratando de contar la historia de una humilde muchacha que anda en busca de su Príncipe Azul. Seguramente la historia culmina en Caracas, pero con algunos capítulos filmados en los andes.

La cuenta que saca Edmundo Aray es que en los últimos cuatro años se han filmando en Mérida alrededor de 12 largometrajes. Situación que, a su criterio, no ocurre en ninguna otra parte del país. A excepción de Caracas.

A través del lente

Mauricio Siso, caraqueño de nacimiento, viene de una familia de cineastas. De los 8 hermanos que son, la mitad han quedado encantados con el séptimo arte. Comparte fama con, los no menos conocidos, Roberto y Fredy Siso, quienes tienen sus currículos llenos de premios y reconocimientos por los trabajos en la dirección de famosos largos y cortometrajes. Su otro hermano es escenográfo.

Refiriéndose al trabajo desarrollado durante casi 27 años, los que ha vivido en Mérida, explica que se ha centrado en la dirección de fotografía y cámara. De allí que quienes lo conocen lo califican como uno de los mejores en su área.

Su vasta experiencia le da pie para hablar con propiedad de los elementos visuales que tiene Mérida para venderse como escenografía natural. “Mérida maneja 14 plataformas ecológicas y eso la hace atractiva. Podemos manejarnos entre una selva nublada, pasando por un páramo, una ciudad bohemia, hasta llega a una playa. Además tiene una luz muy bella, un verdor que la convierte en zona especial para hacer producciones audiovisuales”.

Sin embargo cuando se trabaja con la continuidad de un rodaje, existen complicaciones. Para Siso el clima del estado, en especial las zonas del Páramo, es caprichoso, pues se puede empezar a trabajar con luz y de repente todo cambia. Asegura que su sitio preferido para trabajar es el Páramo, pues al igual que Edmundo Aray, considera que tiene la luz perfecta. Desde el punto de vista fotográfico asegura que le atraen particularmente esos tonos violetas de la mañana. Además considera que es el sitio ideal para trabajar con los tiempos, es decir donde se puede hacer que un amanecer, fotográficamente hablando, se vea en un film como un atardecer o viceversa.

Tanto Siso como Aray coinciden en que además de los paisajes y de la estructura arquitectónica de Mérida, existen otros factores fundamentales para que se logre una atracción entre directores de cine y Mérida. Consideran que acá hay mucho talento desplegado a raíz del nacimiento en la ULA de la Escuela de Medios Audiovisuales hace casi una década. Este particular detalle también ha convertido a Mérida en la ciudad donde se produce material con calidad.


Entre Sisos

Mauricio Siso, se le conoce en Mérida como “Mauri”, asi le llaman los amigos. Su resumen curricular, despegado en WWW.vereda.saber.ula/cine, da cuenta de una larga trayectoria. Ha participado en más de 60 películas y 80 videos nacionales e internacionales. En cuanto a premios su lente ha sido reconocido en múltiples oportunidades, sobre todo en el manejo de cámara y en la dirección de fotografía. Entre otros trabajos, ha sido foquista, maquinista, cámara de animación y músico.

Estas son alguna de las películas donde ha participado :

- Cuando Deje de Llover , de Haydee Pino (director de fotografía)

- Érase una Vez, de Roberto Siso (director de fotografía)

- La Noche de las Estrellas/ animación (director)

- Florentino y El Diablo, de Michel New (director de fotografía)

- El Valle, de Gustavo Balza (director de fotografía)

- La Ratoncita Presumida (director de fotografía)

- Medewadi, de Fredy Siso (director de fotografía)

Aray: amante de la historia

Edmundo Aray es hoy en día uno de los más reconocidos cineastas el país. Confiesa que entró tarde al trabajo cinematográfico con una producción que fue suficientemente premiada para darse a conocer en otras latitudes. “Bolívar ese soy Yo”, fue una película que hizo en 1993, cuando había pasado la barrera de los 50 años. Antes había tenido suficiente experiencia como escritor y poeta. Decenas de productos reflejan el intenso trabajo. Sin embargo no era ajeno al área, pues diferentes responsabilidades le acercaron al mundo del cine.

Desde esa producción, cuya característica primordial es que todos los personajes fueron construidos en barro por la artista Glenda Mendoza, Aray se da a conocer por la cantidad de favorecidas críticas a su obra. En esta historia el personaje principal es Simón Bolívar con los traspiés de sus últimos días. Ese año esta producción se ganó el premio como mejor película, mejor dirección, mejor guión y mejor película de animación.

A partir de allí Aray ha dirigido otras películas, de igual categoría como: “José Martí ese Soy Yo”, “ Pozo Muerto”, “Venezuela en Tres Tiempos”, “Del Orinoco al Potosí”, “En el Vientre de la Ballena” y “Corazón Adentro”, entre otras. Su producción más reciente es un proyecto llamado: “Simón Rodríguez Ese Soy Yo”, donde utiliza piezas de cerámica para contar la historia del maestro del Libertador Simón Bolívar, igualmente ha hecho el guión literario de: “Manuelita Saéz, esa soy Yo”. Siente predilección por el tema histórico y por títulos como estos, porque, dice- todos llevamos un héroe por dentro.

Alberto Arvelo abre una nueva puerta






El éxito a este enamorado de Mérida, le llegó hace rato. La lluvia de reconocimiento ha sido proporcional a al esfuerzo que ha hecho para lanzar producciones que le han valido grandes reconocimientos. Ahora lanza al ruedo uno de sus mayores orgullos: Cyrano Fernández.


Por: Nilsa Gulfo

Fotos: Armando Sánchez


Nuevamente Alverto Arvelo entra por la puerta grande. Su nueva producción Cyrano Fernández ya tienen sobre sus hombros excelentes críticas. Un trailer en You Tube le ha dado la oportunidad a sus fanáticos de ver un abreboca, antes de lanzar esta producción a las salas de cines del país. Ya en el mes de noviembre, durante el Festival del American Film Institute(AFI), en Los Ángeles, los expertos miraron con buenos ojos al producto cinematográfico de este merideño.

Es en ese proyecto que el joven cineasta tiene puestas sus esperanzas actualmente. La sensación es diferente cuando habla de esta película, aunque siente el mismo cosquilleo que cuando lanzó a la palestra publica Una Vida y Dos Mandado o cuando el público alabó su trabajo como director en Una Casa con Vista al Mar.

Cyrano Fernández, película basada en la famosa obra Cirano de Bergerac, del poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand, , representa algo distinto en la vida de Alberto Arvelo. Rompe los esquemas hasta ahora manejado por este cineasta y apuesta a una historia que conjuga el amor y la violencia, “es una nueva puerta que abro en mi universo. Es una película de mucho ritmo, de mucha fuerza y muy intensa”, asegura.

La distancia que coloca Arvelo entre esta película y las que ha hecho antes, radica principalmente en la trama que se maneja. Esta nueva experiencia-como dice- lo coloca frente a una historia muy profunda que habla de lo que realmente queremos ser y no somos. “Damos a entender con mucho respeto que los barrios representan una identidad latinoamericana, el barrio no es sólo violencia, es convivencia, relación humana, calor humano. Los barrios adentro son lugares llenos de afecto, ávidos de superación y con ganas de contar su propia vida, que a veces llega al punto de lo conmovedor”

Aún cuando la historia personal de Arvelo cuenta que vivió en Caracas hasta los dos años, ha mantenido con esta ciudad una estrecha relación. Esa relación permitió que siempre estuviera entre sus planes rodar una película en un barrio de Caracas. Así lo hizo y escogió a San Miguel en la Cota 905 para darle vida a Cyrano Fernández. En este escenario se rodó el 80 por ciento de la película, mientras que el resto se hizo en Petare.

Este cineasta tiene su propia opinión acerca de los barrios de Venezuela. Esto justifica en gran medida su interés por revivir una historia que fue creada originalmente en un contexto muy diferente a Caracas. En esta oportunidad Alberto Arvelo asegura que quiere, con esta película, mostrar que un barrio es una cosa totalmente diferente a lo que piensa el común de la gente. “quiero tratar de reflejar a estos sitios con toda su fuerza, con su belleza visual, considerándolo un lugar hermoso, no un lugar caótico, considerándolo además un centro urbano creativo, no un centro de violencia”.

Un amor de vieja data

Arvelo confiesa ser muy pésimo para recordar fechas, de allí que cuando trata de rememorar algún año en específico para enmarcarlo en su historia profesional, no gasta esfuerzo. Sin embargo cuando cuenta de sus inicios en el mundo del cine lo describe con facilidad y con emoción. No sabe el año, pero si recuerda al detalle como de niño se interesó por hacer películas. En sus aventuras contó muy de cerca con la ayuda de sus amiguitos y un primo que finalmente decidió ser biólogo. Todavía guarda aquellas películas que filmaban con una cámara de video súper 8 y que contaban fantásticas aventuras. A Arvelo no se le hacía cuesta arriba hacer los guiones para contar una historia, era el quien las escribía y entre todos buscaban los vestuarios y los escenarios. “Ese juego se convirtió en algo serio y gracias a Dios no he dejado de jugar”, asegura.

La historia no lo separó del arte. Pasó toda su infancia, desde los 9 a los 17 años, como miembro de la Orquesta Infantil y Juvenil de Mérida, desde allí conoció el mundo musical, pero también le dio pie para hacer la película en el 2005 “Tocar y Luchar”. Ese film- asegura- movió muchas venas porque dio a conocer uno de los proyectos más importantes que tiene el país: El Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela y su impacto en los niños y en los jóvenes.

Luego de esa experiencia dentro de la música y sin ninguna intención de dejar su pasión decidió estudiar en la Universidad de Los Andes Historia del Arte. Además, como el mismo los confiesa, se “tragó” cuanto libro de cine se le atravesaba en su camino. Esto lo convirtió no sólo en un amante del tema del cine, sino en conocedor autodidacta de ese mundo.

Candelas en la Niebla fue su primara película, la dirigió en 1988, cuando tenía apenas 22 años. En esta primogénita mostró las luchas políticas de 1921 cuando el General Juan Vicente Gómez gobernaba el país. Asegura que esta experiencia le dio una lección de vida: “cuando la terminé supe que no sabía nada de cine”.

Con esa primera experiencia y con la noción de que, para hacer algo hay que prepararse, se fue a Estados Unidos y luego a Canadá a realizar talleres sobre dirección cinematográfica.

A su regreso, la amistad con el empresario merideño Alexis Montilla, lo llevó a ayudarlo en el concepto del parque temático “La Venezuela de Antier”. En medio de ese compromiso, el amigo le fue contando la historia de su vida y todas esas experiencias que, según Arvelo, valían la pena llevarlas a una película. Fue cuando nació en 1997 la idea de hacer Una Vida y dos Mandados, inspirada en la vida de Montilla. Con esta producción ganó cantidades de galardones y participó en importantes festivales. A esta película- asegura Arvelo- le debe mucho. Antes en 1993, había probado suerte con La Canción de la Montaña.

En el 2003 y en una coproducción entre Venezuela, España y Canadá dirige Una Casa con Vista al Mar. El reconocimiento se repite en esta oportunidad y obtiene premios en Cuba, Oslo, Miami, Manila, entre otros. Un año después, un nuevo film le demuestra que el camino que estaba siguiendo era el correcto. Habana, Havana se estrena con buen augurio y retiene premios importantes como en el Festival de Cine de Mérida, Festival de Cine en Trieste, Italia, Festival de Cine de la ciudad española de Valladolid, entre otros varios.

Pero Alberto Arvelo no sólo ha hecho películas. En el 2002 fue invitado por Televen para producir una miniserie llamada Los últimos y además ha producido varios productos para la Escuela de Medios Audiovisuales de la Universidad de Los Andes, de donde es profesor de la cátedra Dirección de Cine.

Hablando de inspiración

Alberto Arvelo tiene una especie de refugio al lado de la casa de sus padres en Mérida. Es un pequeño estudio donde lo que más resaltan son los afiches de todas las películas que ha dirigido. Allí pasa parte de su tiempo, mientras está en Mérida. Hurgando y trabajando en alguna historia que a lo mejor pasa a ser película. Allí reflexiona hacia donde quiere llegar la próxima vez que se involucre en un proyecto. Desde allí está igualmente pendiente de las cuestiones familiares y cotidianas, como llevar a su hijo de ocho años al karate o buscar en el trabajo a su esposa.

En suma, hay muchas historias que le gustaría contar, pues según dice, un guionista se inspira con cualquier detalle. “Hay algo que se llama fuego inicial que puede ocurrir en cualquier lugar, en una cola en al banco, cuando vas en el carro y ves a una persona cruzando la calle, por allí puede aparecer una interesante historia”. No obstante asegura que tiene una lista de películas que le gustaría hacer, pero cada una llega en el momento oportuno. Aclara-sin embargo-que sus producciones no se alejaran de lo humano, de las cosas que son comunes a todos los hombres de este planeta como son los sueños, la soledad, los recuerdos, los anhelos.

Edgar Ramírez: El Gran Cyrano

Ya Edgar Ramírez conoce el éxito. Cantidades de veces ha demostrado su talento actoral y eso lo ha llevado a codearse con las luminarias de Hollywod. Su nombre empieza a sonar en importante producciones cinematográficas a tal punto que el encontrarlo para esta entrevista requirió de la magia de Internet.

Tras un puente, construido por Alberto Arvelo, se logró dar con el paradero de Edgar Ramírez. Estaba en Miami en cuestiones de trabajo. A pesar de la apretada agenda , tuvo tiempo para conversar con Estampas Andinas y hablar de su papel en la película Cyrano Fernández.

Alberto Arvelo lo describe como un actor con un inmenso talento y una enorme perseverancia. Es en el en quien recae el drama de la película, a pesar que comparte roles con la actriz Jessica Grau y Pastor Oviedo, quienes forman parte de ese triangulo amoroso concentrado en Cyrano.

El currículo de este actor es largo. Ya lleva tiempo en el medio y ha logrado consolidarse como un talento. Sus inicios se remontan al 2002 cuando apareció en la telenovela Cosita Rica. Desde allí despunto su carrera actuando en importante películas venezolanas como Punto y Raya, la cual representó a Venezuela en los premios Oscars en 2004. Un año después ya estaba respirando aires hollywodenses con una actuación especial en la película Dominó. En 2007, su año de gloria, participó como villano en Ultimátum, interpretando a un asesino que persigue a Matt Damon.


Entrando a un barrio

En Cyrano Fernández, Edgar Ramírez lleva la batuta. Es un personaje lleno de fuerza , astuto y capaz de llevarse a cualquiera por delante con tal de cambiar las cosas en su barrio. Una especie de héroe que, por un defecto físico, es rechazado por la sociedad. Su refugio es la poesía. Pero en esta película Ramírez no sólo es la figura principal, también cumple rol de productor. Tras una corta entrevista, este actor y también comunicador social, resaltó el esfuerzo puesto en esta nueva película venezolana.

Que significado tiene para ti trabajar con un director como Alberto Arvelo?

-Ha significado completar uno de los más preciados sueños que tuve desde el principio de mi carrera. Beto ha dirigido varias de las películas que más me han conmovido...y ahora tengo el privilegio de protagonizar una de ellas.

Que identificación tienes con el personaje de Cyrano?

-Me identifique en la medida en la que me acerqué a el e intenté entrar en su piel. No creo que haya sido un personaje escrito para mí, ni me gusta que los personajes que realizo sean a la medida, pues me parece aburrido y poco estimulante. Encontré con Cyrano una gran coincidencia en la forma como asumimos el incontenible caudal del amor y su enorme apasionamiento por las cosas en las que cree-

Que significa actuar en una película que toma como escenario un barrio de Caracas?

- Para mi significó cambiar para siempre la forma de ver mi país. Fue una experiencia que me permitió ver como en medio de tanta adversidad puede siempre haber espacio para una sonrisa. Como en medio de tanta carencia e injusticia, haya espacio para la esperanza y la poesía-

Profesionalmente como consideras esta oportunidad?

Este ha sido un personaje que me ha fortalecido mucho como actor, una de las experiencias actorales más completas e intensas que he tenido. Ha sido una valiosísima oportunidad.

Orfebre de conchas y Semillas




Alexander Carballo es orfebre. Desde hace más de siete años empezó como artesano en las calles de Mérida. Usa conchas de coco, semillas, piedras de río y un extraño fruto traído de amazonas para realizar creaciones totalmente artesanales

Por: Nilsa Gulfo

Fotos: Armando Sánchez

Hace unos cinco años José Alexander Carballo llegó al Mercado Principal de Mérida a probar suerte como orfebre. Ya hacía unos dos años las calles de Mérida le habían conocido de cerca y las aceras del centro de la ciudad fueron sus más cercanas colaboradoras. Aún recuerda la época en que se ganaba la vida mostrando su artesanía en un pedazo de tela colocada en el piso, junto a otros artesanos de la ciudad. También recuerda, con humor, las carreras que daban cuando llegaba la policía a desalojarlos.

Era la época en que en Mérida se había creado un movimiento muy fuerte de artesanos, que muchos llamaban simplemente hippie. Eso fue mucho antes que uno de los gobiernos de Mérida, decidiera construir lo que hoy se conoce como “el Boulevard de los Artesanos, ubicado en el Viaducto Campo Elías de la ciudad de Mérida. Esta decisión gubernamental se tomó para ubicar, en un solo lugar, a quienes se dedicaban a hacer este tipo de trabajos manuales.

Este merideño, nacido por los lados de El Playón, en la vía que conduce hacia El Valle, empezó elaborando lo que la mayoría de los artesanos hace: collares, pulseras y otros accesorios. Sin embargo su curiosidad fue más allá. La cultivó asistiendo a cantidad de exposiciones y realizando cursos sobre orfebrería dictados por el Consejo Nacional de la Cultura (Conac). Asegura que perfeccionó lo que se llama armado, que no es otra cosa que hacer figuras con alambre de cobre. De la misma manera aprendió a trabajar con cuero y otros materiales que podía conseguir con los pocos recursos con que contaba.

Un arte-sano

Alexander nunca consideró una ofensa que se les llamaran artesanos, pues como su palabra lo indica es un arte sano, que trata de utilizar las herramientas más elementales y los materiales que brinda la madre naturaleza. Pensando en esa madre naturaleza fue que un día se topó con el trabajo artesanal que se estaba haciendo en Colombia. Por mera casualidad, y en una oportunidad que asistió a ese país para participar en una exposición, vio en la televisión un reportaje donde hablaban de cómo los artistas colombianos utilizaban materiales orgánicos, que muchos consideraban desechos, para hacer verdaderas maravillas. Allí, en esas creaciones, vio como las conchas de naranjas, semillas y otras cáscaras eran trabajadas como verdaderas joyas.

Esa particularidad en los materiales utilizados para realizar piezas artesanales, partiendo de conchas y semillas, le dio verdaderas luces para experimentar con otros materiales. Al llegar a Mérida miró las conchas de las frutas con otros ojos e inició una aventura que hoy día tiene sus frutos.

En su pequeño taller, con las herramientas básicas, algunas creadas por el mismo, empezó a darle forma a las conchas de coco, a la tapara o totumo y a algunas semillas que consideraba podían trabajarse artísticamente. De ese “ensayo y error”, fueron surgiendo piezas que ya se diferenciaban sustancialmente de lo que había venido trabajando. Ya Alexander no era el creativo artesano sino un verdadero artista.

El resultado fue tal, que su cuñada le propuso colocarse en un pequeñísimo espacio en el Mercado Principal a “ver como le iba”. Le fue tan bien, que ya al año estaba pensando comprar un local en el concurrido espacio turístico.

La colección de semillas y conchas fue creciendo. Ya no era sólo coco, peonías, nácar u otros materiales conocidos, las cuales conjugaba con mostacilla, bronce y otras piedras. Ahora entraban en su colección las conchas del pistacho, de nuez, corozos y otra gran cantidad de cáscaras que iba recogiendo durantes sus travesías y recorridos que realizaba como voluntario del grupo Águilas de Rescate, actividad que considera su segunda pasión.

Otro de los materiales que ha utilizado es el cacho de toro. Conseguir este material no le cuesta mucho, pues un hermano que trabaja en un frigorífico es quien lo surte constantemente. Sobre este material se pueden encontrar verdaderas bellezas que, en la mayoría de los casos, tienen incrustaciones de plata.

Vino de la Amazona

La pequeña tienda artesanal de Alexander todavía no tiene nombre. Anda en busca de uno que recoja todo lo que significa trabajar con estos materiales. Por ahora sólo se le conoce como la tienda de Alexander, ubicada en el Módulo B, del tercer nivel del Mercado Principal. En el local 8 para quienes quieran conocer este hermoso trabajo. Tiene en la parte alta, un angosto espacio donde trabaja algunas piezas, pero su mayor labor la realiza en un taller que tiene en su casa.

A la entrada lo primero que se observa es un extraño bulto. Muy similar a un avispero, sólo que formado por conchas muy duras. Ese este material el que Alexander considera su material estrella. Se llama Tagua y lo conoció una vez que viajó a Choroní con unos amigos y del cual ya había escuchado en Colombia.

Este material viene de una palma que ya es ampliamente conocida por los lados de Ecuador y Colombia. A esta semilla de la planta se le conoce como el marfil vegetal por su parecido con el marfil proveniente de los colmillos de los elefantes. Se cultiva en los bosques húmedos y acumula en su tronco grandes formaciones del fruto que se asemeja a un racimo de pelotas. En el interior de cada una de ellas se encuentran unas semillas, que son comestibles cuando están tiernas. Luego endurecen hasta adquirir una consistencia muy parecida al marfil.

Con este material se le ha colocado casi un sello personal al trabajo de este joven. Así lo decidió desde que empezó a trabajarlo y a elaborar creativas piezas que realmente son hermosas y que se exhiben en la tienda.

Collares de diferentes modelos, zarcillos, pulseras, llaveros y anillos se muestran con delicadeza en este rincón del mercado. Explica que es este material con el que mejor se ha sentido, pues es hermoso, fácil de trabajar y adquiere una exuberante belleza.

Otro de los aspectos llamativos del trabajo de Alexander Carballo son colores utilizados en el trabajo con la tagua. Intensos colores que van desde un agradable verde hasta un exquisito anaranjado. Resaltan igualmente los morados, azules, marrones y rojos. Esas tonalidades y hasta esas imperfecciones en el trabajo con la Tagua hacen muy atractivo el producto. De los colores explica que son vegetales y tratando de tal anera que se asemejen a los que vemos en los árboles, en las propias conchas y semillas.

Con este material ha avanzado hasta el punto que le ha ido agregando elementos que cada vez hacen el trabajo más atractivo. Ahora se observan collares de tagua, con incrustaciones de bronce, plata y hasta cuarzo. También hay quienes solicitan piezas únicas y recurren a la creatividad de Alexander.

En realidad el que se acerca a la tienda de este orfebre, con raíces de artesano, recibe más que un hermoso producto, recibe una clase de donde proviene cada uno de los materiales de utilizados para estas creaciones.

Pensando en ellas

Las creaciones realizadas por Alexander Carvallo van dirigidas directamente a las féminas, aún cuando anillos y pulseas también satisfacen los egos masculinos. Por ello asegura que siempre que está elaborando un accesorio siempre piensa en el tipo de mujer que se lo usará. Me la imagino-dice- si es para una mujer alta, baja, gordita, blanca, morena, porque para todas hay una pieza que le va a quedar a la perfección. Igualmente considera que su trabajo va más allá de hacer las piezas y venderlas, pues se trata igualmente de hacer recomendaciones sobre la conveniencia o no de una compra.

Otros rumbos

A estas alturas y con cantidades de planes sobre lo que quiere lograr como orfebre-artesano, está completamente convencido que ese será su modo de vida por siempre. La satisfacción ha sido tal que no piensa tomar otro rumbo que no sea el de seguir cosechando y nutriendo el trabajo manual. Lo que si ha pensado es afianzar el trabajo utilizando otros materiales. Ya ha estado incursionando en la elaboración de piezas moldeando la plata como elemento principal. Por ahora está exhibiendo lo poco que ha estado realizando, lo cual-asegura-ha sido bien visto por los clientes.

Lo que si asegura es que no dejará, por nada del mundo, usar sus semillas, sus cáscaras y mucho menos su Tagua. Estos son elementos que perfectamente pueden cazarse con otros materiales como la plata, el cuarzo y el oro. Quienes deseen apreciar estas obras salidas de las manos de Alexander Carballo sólo tienen que pasearse por los pasillos del Mercado Principal y ver de cerca las creaciones de este joven. Seguramente se asombrarán, no sólo de la creatividad que se irradia en el agradable sitio, sino de los precios que se pueden encontrar.

Enseñar desde las montañas de La Azulita









Por: Nilsa Gulfo
Fotos. Armando Sánchez


La historia de cómo la escritora Miriam Heller llegó a las montañas de La Azulita está llena de muchos puntos de coincidencia. Ella está convencida de eso. Por ello lo cuenta como la mejor manera de demostrar que su destino la guiaría, tarde o temprano, a una de las zonas más exuberantes de Mérida.
De La Azulita no sabía mucho. Hasta hace más o menos cinco años cuando, estando alojada en un hotel de la ciudad de Mérida se interesó por una lámpara que, ubicada en una esquina, le guiñó el ojo. Era hermosa-dijo- tan hermosa que pregunté por la persona que las fabricaba. Como era de esperarse, esa persona vivía en La Azulita, pero no en cualquier parte. Vivía en la mítica montaña de San Luis, a veinte minutos del pueblo. Como si se tratará de un enamorado persiguiendo a su amada, se fue junto a su esposo, a buscar al autor de la obra.
Por esos días ellos se habían planteado alejarse del bullicio caraqueño. Ya sus hijos estaban todos casados y ellos gozaban de sus jubilaciones como profesores universitarios. Habían oído hablar de fincas en el Páramo, por El Valle y de otros los lados cercanos a la ciudad de Mérida, pero sin una decisión en la mano.
Sin pensarlo mucho llegaron al sitio donde se suponía estaría el artesano que elaboraba las piezas. No encontraron la lámpara, pero si un sitio que los encantó. Bosque Azul es su nombre y hoy lo muestran como un sitio donde sus profesiones como docentes, adquirieron un valor agregado.
Se instalaron allí, tras la cara de admiración de muchos familiares, quienes consideraban al sitio muy retirado de la ciudad. Pero así lo decidieron ellos y así se iba a hacer. Dos años después, ya están formalmente instalados y haciéndose parte de la comunidad de San Luis.
Alguien les dijo que en La Azulita está una chacra de la tierra. Están por creerlo, pues casualmente se han instalado por esa zona grupos muy cercanos a las cuestiones espirituales. El Monasterio de los Monjes Trapenses (ahora mudados para Chiguará), grupos de Reiki Crístico, los arecrisnas, budistas, entre otros. Aún cuando algunos de ellos no funcionan en un cien por ciento, de algún modo les ha interesado como sitio para el encuentro con la espiritualidad.
Pero el bosque azul de Miriam y Enrique tiene su encanto. Verdor por doquier, una hermosa y acogedora casa, un bosque floreado y un riachuelo que atraviesa la finca y que a su paso forma una natural laguna. Además de la casa principal tiene dos amplias cabañas y un salón de conferencias.

Dos propósitos

Miriam Heller Gómez junto a su esposo Enrique Navas decidieron comprar la finca e iniciaron, lo que ellos llaman vida campestre. Empezaron a ver los beneficios de vivir cerca de la naturaleza y sobre todo a interrelacionarse con sus vecinos. Ya son ampliamente conocidos y aseguran haber encontrado una mejor calidad de vida.
Estar en este lugar les permitió plantearse un trabajo desde estas altas montañas. Ambos eran profesores y Miriam venía de un amplia formación sobre nuevos paradigmas en la educación. Al mismo tiempo pertenecía a una fundación de propulsores del Programa para la Formación de Facilitadores y Coaches.
Entonces ¿Por qué no operar desde ese lejano lugar?. Fue entonces cuando le dieron forma a un proyecto llamado Centro para el Desarrollo Integral “Bosque Azul. A la vez hicieron todo lo que estaba a su alcance para seguir como instructores del Coaching, una nueva corriente que trabaja para que cada individuo se de cuenta de las capacidades y potencialidades que tiene.
Miriam Heller habla del centro con gran devoción. Lo describe como un espacio donde están las condiciones optimas para un crecimiento integral en el cual –asegura- cada experiencia de aprendizaje y cada vivencia propicia, de manera armónica, el desarrollo corporal, emocional, cognitivo y espiritual del ser humano. Las instalaciones están hechas para rendirle culto a este principio. Quienes tienen la oportunidad de disfrutarlas se encuentran con paredes de barro, pisos y escaleras de maderas y escalinatas elaboradas con troncos. Además las cabañas cuentan con chimeneas y con un notable confort.
Al igual que Miriam, Enrique Nava sabe describir el ambiente. Asegura sentirse como pez en el agua, pues siempre fue un verdadero admirador del campo. Hoy, además de sembrar, es el autor de la construcción y diseño de las cabañas, haciendo así gala de sus pocos semestres cursados en arquitectura.
Cuando describe al centro los describe como un sitio para brindar paz y armonía, necesario para quienes quieren alejarse del estrés citadino y desean darse la posibilidad de un encuentro auténtico consigo mismo y con el natural entorno. Además de las cabañas se cuenta con un hermoso salón de usos múltiples, equipado para conferencias, talleres, seminarios, retiros y otros eventos.
Hasta ahora empresas y corporaciones, así como grupos particulares, han sido los beneficiados de este paradisíaco lugar. A medida que pasa el tiempo, los interesados en disfrutar de este espacio han ido creciendo, de allí que los dueños de Bosque Azul le han colocado límites a los visitantes pues, como ellos mismos afirman, el centro no está concebido como posada turística, sino como un sitio donde las personas encuentren una paz espiritual y logren deshacerse del estrés.

El Coaching de por estos lados

El coaching, según los conocedores, es una poderosa herramienta de cambio con aplicación personal, laboral, profesional, empresarial, grupal, entre otros. Se define como un proceso mediante el cual el coach, entrenador u orientador, ayuda a una persona, empresa u organización a mejorar su desempeño para que alcance los resultados que desea. Este método fue creado por Thomas Leonard, un experto en tenis de la Universidad Harvard, quien desarrolló un importante trabajo en la década de los setenta en el que planteaba pautas para desbloquear mentalmente a los jugadores y ayudarles a desarrollar su máximo potencial. Luego de probarse en el campo deportivo, sus beneficios se extendieron a disciplinas como la empresarial y luego a la personal. Hoy en día se ha transformado en la corriente del nuevo milenio. Basa su filosofía en tres pilares fundamentales: la Inteligencia espiritual y emocional, el desarrollo del liderazgo y el aprendizaje continuo
Antes de instalarse en esta estancia, Miriam era parte de un grupo pionero en el Coaching en Venezuela. Dictaba talleres junto a un calificado grupo. Lo hacían en importantes empresas, donde asegura se obtenían resultado importantes en el cambio de conducta no sólo de los gerentes sino de los empleados. Ahora en Bosque Azul no sólo dicta los talleres, sino que ofrece los espacios para desarrollarlos. Para ella no hay otro sitio más idóneo para aplicar esta filosofía de vida. La escritora defiende la disciplina y la argumenta con sencillas palabras: “El coaching no es una actividad sin propósito, es una actividad con propósito, donde el otro se compromete a mejorar”



La Miriam educativa

Uno de los anhelos de Miriam Heller es seguir sirviendo desde aquí. No quiere quedarse con todo lo que ha aprendido durante toda su vida. Asegura que su misión en la vida es aprender y enseñar. Ahora tiene la oportunidad de hacerlo.
Muchos de los que conviven con Heller en las montañas de San Luis no saben la trayectoria de esta famosa escritora y psicopedagoga. Esta caraqueña fue ampliamente conocida en la década de los 90 por proponer en el sistema educativo venezolano enfoques didácticos centrados en el desarrollo cognoscitivo y socio-afectivos de los alumnos. Era la época en que se vendía en el país el desarrollo de la inteligencia, a través de un ministerio. De esa propuesta salió un libro titulado “El Arte de Enseñar con todo el Cerebro” del cual salieron varias ediciones. La propuesta no quedó en Venezuela, pues desde ese momento hasta la fecha, a esta educadora le siguen saliendo conferencias y charlas no sólo en el país sino fuera de el. Una segunda publicación reafirmó su compromiso con la educación al lanzar otra propuesta, esta vez relacionada con los procesos de lecto-escritura para hacerlos reflexivos y creativos.
La trayectoria profesional de esta docente incluye una licenciatura en letras en la UCV, una maestría en Planificación Curricular en Estados Unidos donde le permitió conocer sobre la naciente disciplina que hablaba del desarrollo de la inteligencia. Con ese basamento se le propuso, a su regreso, trabajar con un novedoso proyecto llamado Desarrollo de la Inteligencia, que no era otra cosa que aprender a pensar. Esto le dio pie para formarse en el área y acumular conocimientos sobre el tema. Conocimientos estos que hoy día la hacen una de las más conocedoras en el país del tema. Por ello está convencida que la inteligencia si es posible desarrollarla y estimularla, no importa si esa enseñanza viene de una montaña internada en un hermoso pueblo llamado La Azulita. Teléfonos de contacto 0274 6577583- 0416 6 060172- 0416 9 331703

domingo, 4 de mayo de 2008

La otra Jugada de Richard Páez



Tras construirse una imagen de líder deportivo a fuerza de un trabajo exitoso en los terrenos del fútbol, Richard Páez Monzón ha vuelto a tomarle el pulso a la cotidianidad que discurre entre las altas montañas de Mérida. Su hogar, su familia y su trabajo retoman el tiempo de una agenda en la que un abrazo entre hermanos es la jugada que más se celebra.


Por: Nilsa Gulfo

Fotos: Armando Sánchez


El 31 de diciembre de 1953 no fue fácil para Dora Alicia Monzón de Páez. En medio del alboroto que significa despedir el año, le tocó la tarea de parir al cuarto de sus doce hijos: Richard Alfred Páez Monzón.

Con el paso de los años a Doña Dora Alicia la casa se le fue llenando de muchachos, todos varones. Con ese batallón no le quedó otro remedio que asumir las riendas y el control, mientras su esposo Guillermo Enrique Páez trabajaba como Psiquiatra. Allí, en ese hogar se crió Richard Páez, junto al resto de sus hermanos, tratando todos de cumplir el sueño de convertirse en futbolistas.

En nombre de la matrona

Sin duda alguna la figura materna tiene un lugar privilegiado en la vida de los Páez Monzón. Fue la mujer que puso orden y disciplina en el hogar hasta sus último días y quien los apoyó incondicionalmente frente a los avatares de la vida.

Hoy Richard Páez, convertido en figura referencial en el fútbol venezolano, la recuerda como esa madre de un carácter recio, pero llena de amor. La describe como esa pieza fundamental del territorio familiar, el mismo al que defendía cual leona cuando de defender a sus hijos se trataba.

Con un hondo suspiro el líder ex Vinotinto asegura haber comprendido esa actitud. No era fácil- asegura- domar a doce muchachos. “Hubo un tiempo en que vivimos en Maracaibo, pero luego papá se quedó y nosotros regresamos a Mérida. Era una vida medio extraña, pues cada vez que mi papá venía a Mérida dejaba la semillita y se iba a Maracaibo…así hasta que nos convertimos en doce”, explicó

Hoy en día, a casi un año de la partida de Dora Alicia, los doce hermanos siguen reuniéndose en honor a la matrona. De esos encuentros familiares habló Páez como si se tratara de un ritual. Explicó que su madre, fue quien les enseñó a todos los hermanos que cuando se trata de familia debe predominar un principio: “Uno para todos y todos para uno”. Según Páez así se seguirá haciendo.

Con la suerte a favor

El país conoce a Richard Páez en las canchas, en el escenario deportivo y en el furor de un trabajoso día de juego. Lo hemos visto durante los encuentras caminando de un lado a otro como un tigre enjaulado dando indicaciones a los jugadores, celebrando los goles o mover airadamente la cabeza cuando las cosas no marchaban bien en el once nacional. Sin embargo, en la intimidad es un hombre que respira sosiego y tranquilidad. Calmado y de hablar pausado, pero conversador por naturaleza.

Lo encontramos un mediodía en su consultorio de la Clínica Mérida. Allí desde donde hace años cumple su trabajo como traumatólogo. Estaba vestido con otro uniforme, una bata blanca como símbolo de su faceta como médico, especialista en traumatología. Su secretaría afuera trataba de ordenar la lista de sus pacientes.

Al mundo de la medicina llegó por convicción, según dice, pues a la par de su pasión por el fútbol tenía su vocación y era la medicina. Este título lo obtuvo en la Universidad de Los Andes en 1976. La siguiente meta sería una especialización. No dudó en tomar la traumatología como opción y lo logró luego de cursar esos estudios en Argentina.

Con estos grados en la mano entró a trabajar en la Universidad de los Andes, específicamente en el Centro de Asistencia Médico Odontológico de la Universidad de los Andes, de donde se jubiló hace poco menos de un año y desde donde se destacó como uno de los mejores en su campo.

Amor a primera vista

Richard Páez está convencido que el amor a primera vista existe. Lo comprobó ese día cuando, siendo jugador de Estudiantes de Mérida, por allá en los años 70, fijó la mirada en una de las Cheerleader que aupaban a su equipo. Era Lidys Yajanira Gómez de quien dice haber recibido un hechizo que lo llevó al altar en 1973. El hechizo continua, pues hasta ahora ha sido la fanática número uno y su máxima inspiración, según confiesa Richard Páez.

Para este ex deportista el trabajo de conformar una familia no fue tarea fácil. Dificultad para concebir permitieron que la llegada de un sólo hijo se retrazara por muchos años. “cuando prácticamente habíamos perdido las esperanzas de tener familia, Dios nos concedió el milagro de tener un hijo que hoy en día es nuestro mayor orgullo”. Ese milagro tiene actualmente 24 años y se llama Ricardo David Páez Gómez, una de las principales figuras del fútbol nacional. Este hijo único está casado y tiene una hija de cuatro años.

A fuerza de pastelitos

Richard Páez no tiene reparos en confesar que es comelón por naturaleza. “Me gusta mucho la comida merideña, sobre todo los pastelitos. Me como los que me pongan. No tengo esos gustos refinados y no le doy problemas a mi mujer por comida”. Eso es lo que responde Páez cuando se le pregunta por esas preferencias a la hora de sentarse a la mesa.

Lo que si deja claro este famoso personaje es que nunca le ha gustado entrar a la cocina a preparar un plato. Su esposa tampoco lo hace. Esa tarea se la dejaron a una señora que desde hace 13 años los acompaña en las labores domésticas. Para Páez, ella, más que una trabajadora ha sido una compañera que ha estado en las buenas y en las malas. Lo que si asegura es que le gusta visitar los restaurantes de Mérida, donde preparan comida, sobre todo merideña

Cuando habla de un día normal, Richard Páez explica que las mañanas son para las consultas a sus pacientes, en las tardes para el descanso y para acercarse más al acontecer nacional…tema que, según afirma, le preocupa y le ha preocupado más que un partido de La Vinotinto.

Del otro lado de la acera

A estas alturas de su vida Richard Páez Monzón respira con alivio. Las calles de Mérida se han acostumbrado de nuevo a verlo caminar de un lado a otro. Igual que hace unos años cuando su rostro no era tan reconocido como ahora. La gente lo ve y lo saluda como si fuese un amigo que volvió de un largo viaje… de un gran y exitoso viaje.

No puede evitar que los niños le pidan autógrafos y que los padres de éstos le estrechen la mano en señal de apoyo y solidaridad. Ahora para el ex técnico de la selección Nacional de Fútbol, Mérida se ha vuelto, una vez más, cotidiana.

Los merideños, esos que se saben la cartilla del balompié, conocen a Richard Páez desde hace años. Desde cuando en 1972 debutó con el equipo Estudiantes de Mérida Fútbol Club y lo despidieron en 1988 cuando colgó su uniforme para probar otros terrenos.

Sabía que su estancia en ese grupo no era eterna. Por ello, habló de esa imagen que quería dejar en el recuerdo de los venezolanos. “Sólo quiero que me recuerden como el hombre que hizo el mayor de los esfuerzos para lograr que nuestro país dejara de ser el patito feo en el fútbol y dejara de estar en los últimos lugares”.

Obviamente eso se ha logrado. El merideño no sólo ya es una especie de héroe nacional al colocar al equipo venezolano a medirse y codearse con los colosos del fútbol, sino por ser catalogados como uno de los 20 mejores técnicos del mundo y como quinto en América Latina.