Una hermosa casona que por años sirvió como centro de procesamiento y almacenamiento de café, hoy en día es un museo donde todavía se sienten los recuerdos de una aromática tradición
Por: Nilsa Gulfo
Fotos: Armando Sánchez
En esa estratégica encrucijada en la que una bifurcación da las opciones de irse a Tovar o a El Vigía; en ese espacio por donde discurren las aguas de un río Mocotíes que marcha inexorable a unirse con el Chama, pues allí mismo se levanta una majestuoso edificación que en sus buenos tiempos se agitaba como un febril avispero del que salían cuerdas de mulas, atestadas de aromáticos sacos de café, rumbo al Lago de Maracaibo y después tal vez a alguna taza en tierras europeas.
Se trata de la Hacienda La Victoria, lugar donde por gestiones gubernamentales efectuadas a comienzos de los años noventa, durante el ejercicio como mandatario de Jesús Rondón Nucete, se formó el Museo del Café y, en una de las alas de la prodigiosa ex hacienda, el Museo de la Inmigración, espacio en el que se cuenta algunas historias de los que cruzaron océanos para venir a incrustarse entre las montañas más altas de Venezuela. La Hacienda La Victoria data del siglo XIX. Para 1893 fue adquirida por Don Simón Noe Consalvi, inmigrante corso-francés, quien comenzó a edificarla y a convertirla en una gran hacienda cafetalera que sirviera de centro de acopio para todo el café de la zona. Esto fue justo cuando se acentuó la inmigración italiana que se asentó en el Valle del Mocotiés.
En 1896 ya contaba la monumental hacienda con mil 200 metros cuadrados de patios de secado, revestidos con loza de barro cocido. Ese mismo año se construyeron las paredes que rodeaban el rectángulo de la hacienda.
Luego vendría una sucesión de dueños, un tanto inusual para un espacio de semejantes dimensiones. Así a comienzos del siglo XX el señor Francisco Faraco la vendió al señor Miguel Troconis y este a su vez, en 1912, al general José Rufo Dávila. En 1917 la compró el general Luis Lares Prato. En 1922 la adquirió Don Calógero Paparoni, de origen siciliano, quien fue el propietario de La Victoria hasta 1958, año en el que muere. La hacienda quedó, pues, en manos de los hijos de Don Calógero quienes son los que finalmente la venden al gobierno del estado Mérida en el año 1990.
DE UNA HACIENDA A UN MUSEO
Si bien buena parte de la Hacienda La Victoria se dedicó a exaltar las actividades cafetaleras que le fueron propias durante casi un siglo, esto mediante la creación del muy llamativo y didáctico Museo del Café, interesa resaltar otro espacio que se cobija entre el olor a baúl que destila de la añeja estructura colonial: el Museo de la Inmigración.
Inaugurado en el 1992, este Museo de la Inmigración tiene dos salas: una, ubicada en la parte superior, está destinada mostrar mediante fotografías las distintas etapas en la vida del inmigrante. Allí se puede ver el viaje, la llegada, la búsqueda del asiento, la integración, el trabajo, las costumbres. Hay documentos personales y múltiples objetos que trajeron consigo aquellos que un buen día decidieron retar al océano y traer sus sueños al continente Americano. Desde baúles, abrigos, sombreros, boletos de barco o avión, objetos religiosos, en el Museo de deja constancia de tales afectos personales que producen en los visitantes un intenso contacto humano y lleva a evaluar el esfuerzo que tanta gente puso para poder abrigarse en Mérida. Vale aclarar que estos objetos - auténticos todos - fueron donados por los inmigrantes de distintos países que llegaron a Mérida. Sus nombres aparecen en una placa fijada en una de las paredes de la sala. A la entrada de este museo se puede leer una frase que el Libertador Simón Bolívar emitió para referirse a ese proceso de inmigración que vivió el país: “Venezuela desea ver entrar por su puerto a todos los hombres útiles que vengan a buscar un asilo y a ayudarnos con su industria y conocimientos, sin inquirir cual sea la parte del mundo que le haya dado vida”
GENTE QUE VA Y VIENE
Desde el año 1992 el Museo de la Inmigración se convirtió en uno de los pocos en su tipo en Venezuela. Ubicado en la excepcional edificación de la Hacienda de La Victoria, una verdadera joya arquitectónica colonial, el Museo es no sólo una importante referencia educativa para acercarse al significado los procesos migratorios, sino para acercarse a la humanidad, detrás de las estadísticas, de cuántos llegaron y cuántos se quedaron.
La parte inferior del ala donde se encuentra tiene un carácter didáctico. En grandes paneles se muestra todo el proceso de inmigración hacia Venezuela que en realidad comenzó mucho antes de 1942.
Se muestran las corrientes migratorias de los siglos XVI XVII y XVIII, provenientes de España, y de los siglos XIX y primera mitad del XX, provenientes de otras partes de Europa. También se ilustran los movimientos más recientes que tuvieron distintos orígenes desde el año 1960, y que incluye flujos desde los países árabes, vale decir del cercano oriente.
También se muestran los sitios donde los que llegaron para quedarse se instalaron en Mérida y finalmente se dan detalles demográficos sobre la composición de las corrientes migratorias y sobre leyes que se dictaron en la materia. Toda esta información, casi textualmente expresada aquí, se puede obtener de manos de las guías de la Hacienda La Victoria o en los folletos que se han preparado para aclararles a los turistas o visitantes la dimensión de un museo poco común.
EL VIEJO OLOR
Esta hacienda, nombrada también patrimonio arquitectónico el estado Mérida, cobija en su extensa estructura otro museo. En este espacio se permite hacer memoria sobre la forma en que se procesaba el café. Enormes maquinarias atascadas en el tiempo dan cuenta de lo complejo que resultaba el procesamiento del producto.
La estrella de las maquinarias, una enorme secadora traída en 1928 por el puerto de la Ceiba, se exhibe en uno de los salones cual pieza de mueso. De ella se dice que podía secar hasta 30 cargas de café en 24 horas, mediante el calor que generaba la caldera. Acompañando a la secadora están otras tantas maquinas que en su momento, por ser las más avanzadas de la época, ayudaban a procesar la producción de café que se generaba en todo el Valle del Mocotíes.
Como ha de suponerse, todas estas pesadas maquinas llegaban a la hacienda tras un complicado proceso. Desarmadas eran trasladadas desde Inglaterra en grandes barcos hasta el Lago de Maracaibo, luego eran las piraguas las que realizaban el traslado hasta el puerto de La Ceiba y de allí, serían las bestias la que cumplirían con el trabajo final de traerlas a la hacienda.
Este interesante recorrido por el museo del café se complementa con una colección de fotografías que va describiendo paso a paso el proceso de maduración del café. “la floración del café es breve e intensa. Las ramas de las plantas se cubren en un manto níveo y un perfume de jazmín inunda el cafetal”, es el escrito de una de las primeras fotografías ubicadas en las paredes de un amplio pasillo, desde donde puede admirar, en primera fila, el patio central usado para el secado del café. Los informes de producción de esta hacienda indican que en su mejor momento, entre los años 20 y 30, llegó a producir más de seis mil quintales de café al año.
PERPETUA BODEGA
Hace siglos atrás esta estratégica intersección mostraba la actividad viajera desde Mérida hacia cualquier parte del país. Era sitio y posada obligada para los arrieros, sobre todo los que escogían el rumbo hacia Caracas y Maracaibo. De allí que en una esquina de la hacienda se le hizo espacio a una bodega que satisfacía las necesidades alimenticias de los viajeros. Siglos después la bodega sigue existiendo, pero esta vez para exhibir la producción, en pequeños paquetes, de café de los lados de Santa Cruz de Mora, Tovar y Bailadores. En el sitio también se pueden admirar antiguos objetos usados años atrás en la bodega y que se mezclan con las el aroma del café recién preparado y las modernas chucherías.
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