Tras construirse una imagen de líder deportivo a fuerza de un trabajo exitoso en los terrenos del fútbol, Richard Páez Monzón ha vuelto a tomarle el pulso a la cotidianidad que discurre entre las altas montañas de Mérida. Su hogar, su familia y su trabajo retoman el tiempo de una agenda en la que un abrazo entre hermanos es la jugada que más se celebra.
Por: Nilsa Gulfo
Fotos: Armando Sánchez
El 31 de diciembre de 1953 no fue fácil para Dora Alicia Monzón de Páez. En medio del alboroto que significa despedir el año, le tocó la tarea de parir al cuarto de sus doce hijos: Richard Alfred Páez Monzón.
Con el paso de los años a Doña Dora Alicia la casa se le fue llenando de muchachos, todos varones. Con ese batallón no le quedó otro remedio que asumir las riendas y el control, mientras su esposo Guillermo Enrique Páez trabajaba como Psiquiatra. Allí, en ese hogar se crió Richard Páez, junto al resto de sus hermanos, tratando todos de cumplir el sueño de convertirse en futbolistas.
En nombre de la matrona
Sin duda alguna la figura materna tiene un lugar privilegiado en la vida de los Páez Monzón. Fue la mujer que puso orden y disciplina en el hogar hasta sus último días y quien los apoyó incondicionalmente frente a los avatares de la vida.
Hoy Richard Páez, convertido en figura referencial en el fútbol venezolano, la recuerda como esa madre de un carácter recio, pero llena de amor. La describe como esa pieza fundamental del territorio familiar, el mismo al que defendía cual leona cuando de defender a sus hijos se trataba.
Con un hondo suspiro el líder ex Vinotinto asegura haber comprendido esa actitud. No era fácil- asegura- domar a doce muchachos. “Hubo un tiempo en que vivimos en Maracaibo, pero luego papá se quedó y nosotros regresamos a Mérida. Era una vida medio extraña, pues cada vez que mi papá venía a Mérida dejaba la semillita y se iba a Maracaibo…así hasta que nos convertimos en doce”, explicó
Hoy en día, a casi un año de la partida de Dora Alicia, los doce hermanos siguen reuniéndose en honor a la matrona. De esos encuentros familiares habló Páez como si se tratara de un ritual. Explicó que su madre, fue quien les enseñó a todos los hermanos que cuando se trata de familia debe predominar un principio: “Uno para todos y todos para uno”. Según Páez así se seguirá haciendo.
Con la suerte a favor
El país conoce a Richard Páez en las canchas, en el escenario deportivo y en el furor de un trabajoso día de juego. Lo hemos visto durante los encuentras caminando de un lado a otro como un tigre enjaulado dando indicaciones a los jugadores, celebrando los goles o mover airadamente la cabeza cuando las cosas no marchaban bien en el once nacional. Sin embargo, en la intimidad es un hombre que respira sosiego y tranquilidad. Calmado y de hablar pausado, pero conversador por naturaleza.
Lo encontramos un mediodía en su consultorio de la Clínica Mérida. Allí desde donde hace años cumple su trabajo como traumatólogo. Estaba vestido con otro uniforme, una bata blanca como símbolo de su faceta como médico, especialista en traumatología. Su secretaría afuera trataba de ordenar la lista de sus pacientes.
Al mundo de la medicina llegó por convicción, según dice, pues a la par de su pasión por el fútbol tenía su vocación y era la medicina. Este título lo obtuvo en la Universidad de Los Andes en 1976. La siguiente meta sería una especialización. No dudó en tomar la traumatología como opción y lo logró luego de cursar esos estudios en Argentina.
Con estos grados en la mano entró a trabajar en la Universidad de los Andes, específicamente en el Centro de Asistencia Médico Odontológico de la Universidad de los Andes, de donde se jubiló hace poco menos de un año y desde donde se destacó como uno de los mejores en su campo.
Amor a primera vista
Richard Páez está convencido que el amor a primera vista existe. Lo comprobó ese día cuando, siendo jugador de Estudiantes de Mérida, por allá en los años 70, fijó la mirada en una de las Cheerleader que aupaban a su equipo. Era Lidys Yajanira Gómez de quien dice haber recibido un hechizo que lo llevó al altar en 1973. El hechizo continua, pues hasta ahora ha sido la fanática número uno y su máxima inspiración, según confiesa Richard Páez.
Para este ex deportista el trabajo de conformar una familia no fue tarea fácil. Dificultad para concebir permitieron que la llegada de un sólo hijo se retrazara por muchos años. “cuando prácticamente habíamos perdido las esperanzas de tener familia, Dios nos concedió el milagro de tener un hijo que hoy en día es nuestro mayor orgullo”. Ese milagro tiene actualmente 24 años y se llama Ricardo David Páez Gómez, una de las principales figuras del fútbol nacional. Este hijo único está casado y tiene una hija de cuatro años.
A fuerza de pastelitos
Richard Páez no tiene reparos en confesar que es comelón por naturaleza. “Me gusta mucho la comida merideña, sobre todo los pastelitos. Me como los que me pongan. No tengo esos gustos refinados y no le doy problemas a mi mujer por comida”. Eso es lo que responde Páez cuando se le pregunta por esas preferencias a la hora de sentarse a la mesa.
Lo que si deja claro este famoso personaje es que nunca le ha gustado entrar a la cocina a preparar un plato. Su esposa tampoco lo hace. Esa tarea se la dejaron a una señora que desde hace 13 años los acompaña en las labores domésticas. Para Páez, ella, más que una trabajadora ha sido una compañera que ha estado en las buenas y en las malas. Lo que si asegura es que le gusta visitar los restaurantes de Mérida, donde preparan comida, sobre todo merideña
Cuando habla de un día normal, Richard Páez explica que las mañanas son para las consultas a sus pacientes, en las tardes para el descanso y para acercarse más al acontecer nacional…tema que, según afirma, le preocupa y le ha preocupado más que un partido de La Vinotinto.
Del otro lado de la acera
A estas alturas de su vida Richard Páez Monzón respira con alivio. Las calles de Mérida se han acostumbrado de nuevo a verlo caminar de un lado a otro. Igual que hace unos años cuando su rostro no era tan reconocido como ahora. La gente lo ve y lo saluda como si fuese un amigo que volvió de un largo viaje… de un gran y exitoso viaje.
No puede evitar que los niños le pidan autógrafos y que los padres de éstos le estrechen la mano en señal de apoyo y solidaridad. Ahora para el ex técnico de la selección Nacional de Fútbol, Mérida se ha vuelto, una vez más, cotidiana.
Los merideños, esos que se saben la cartilla del balompié, conocen a Richard Páez desde hace años. Desde cuando en 1972 debutó con el equipo Estudiantes de Mérida Fútbol Club y lo despidieron en 1988 cuando colgó su uniforme para probar otros terrenos.
Sabía que su estancia en ese grupo no era eterna. Por ello, habló de esa imagen que quería dejar en el recuerdo de los venezolanos. “Sólo quiero que me recuerden como el hombre que hizo el mayor de los esfuerzos para lograr que nuestro país dejara de ser el patito feo en el fútbol y dejara de estar en los últimos lugares”.
Obviamente eso se ha logrado. El merideño no sólo ya es una especie de héroe nacional al colocar al equipo venezolano a medirse y codearse con los colosos del fútbol, sino por ser catalogados como uno de los 20 mejores técnicos del mundo y como quinto en América Latina.
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